En Argentina, ¿ya no se tomará más mate?

A partir del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) emitido el pasado 29 de diciembre y que expresa la derogación del artículo 3 de la Ley 25.564 de la Creación del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM), desreguló sus facultades, entre ellas, la de fijar precios de la materia prima para la zafra. Inmediatamente, el Instituto inició una batalla legal solicitando, a través de un recurso de amparo para restituir sus competencias. La jueza en lo Civil y Comercial 8, Adriana Fiori, atendió el pedido de los productores y restituyó los derechos del Instituto, que el escrito advirtió que la eliminación del artículo de lo normativa pondría en riesgo la salud y la sustentabilidad de la familia yerbatera. Similar reclamo realizó el Gobierno provincial. Así, el sector productivo misionero afronta otra disyuntiva que no es nueva, que ya ocurrió a mediados del Siglo XX y que se vivió también en el arranque del nuevo milenio.

En 1966, el periodista y escritor Rodolfo Walsh pisó suelo misionero por una cobertura sobre la yerba mate. Acompañado de un fotógrafo, el ilustre reportero mixeó entre voces de Horacio Quiroga y Osvaldo Rey, con las de los pequeños agricultores, peones, urúes y tareferos. El objetivo de Walsh, en ese entonces, fue retratar la cruda realidad de esos años en los yerbales misioneros, en una crónica titulada “La Argentina ya no toma mate”, publicada en la revista Panorama en diciembre de ese mismo año. Pasó más de medio siglo y la situación del sector es otra, pero hoy vive una crisis cíclica, de luchar nuevamente por sus derechos que nuevamente se ponen en jaque. Como si ese texto que escribió el célebre periodista no perdió vigencia.

Con el inicio del 2024, y a pocos meses del arranque de la zafra gruesa -en abril-, los productores yerbateros implementaron el cese de la cosecha. El reclamo: que el valor de la materia prima pase de 220 a 505 pesos el kilo de la hoja verde. Esto, en medio de una galopante inflación cuyos costos de la actividad se encarecieron notablemente.

El mate nuestro de cada día

En mi paso por Misiones comprendí lo poco que sabemos el resto de los argentinos sobre la yerba mate. Esta tierra que se reconoce por las bravuras de las Cataratas, esconde maravillas en cada rincón por donde se la camine. Territorio que alberga el 90% de la producción yerbatera y el porcentaje restante, el norte correntino. Zona que concentra las 209.276,896 hectáreas cultivadas con yerba mate para abastecer no sólo a la Argentina, sino también al resto del mundo. Este alimento que nos representa, nos define y es sinónimo de costumbre -y nos hace inflar el pecho cuando grandes personalidades del mundo se retratan con mate en mano-, genera trabajo para 12.000 productores -que oscilan entre 5 hectáreas- y otros 15.000 tareferos -que trabajan en campos yerbateros de más de 100 hectáreas. A esos números, se suman los jornaleros, que hoy están emigrando a Brasil por la gran diferencia de pagos que hay en los yerbales del otro lado del río Uruguay. A esta gran cadena productiva, también llamada “familia yerbatera” se componen 49 cooperativas con más de miles de socios que continúan apostando a la organización como estrategia de resistencia, unos 200 secaderos que son el trabajo de muchas familias misioneras y correntinas, y por derrame a las empresas, los pueblos y las familias que viven o dependen -directa o indirectamente- del universo de la hoja verde.

Actualmente, la situación de las familias yerbateras es crítica. El ente que durante más de dos décadas reguló el precio y significó un notable triunfo de los productores luego de años de lucha y enfrentando los desmanes de la oferta y de la demanda perdió su esencia, sus facultades. El INYM quedó en este 2024 sin su espíritu con el que nació en 2002, tras varias jornadas de movilización y en el que por primera vez después de mucho tiempo dejaron las plantaciones para instalarse en Posadas y pedir un precio justo para su actividad.

Tras esta contextualización, es necesario retomar los aportes que Walsh hizo en su visita a Misiones. Allí, en los últimos párrafos de su crítica, él se preguntó si hay una solución al modelo productivo de mediados del Siglo XX y a las crisis que atraviesan al sector. ¿Hay solución? Si, pues el INYM nació para defender a los productores frente a los embates que plantea la oferta y la demanda. Ante la quita de las potestades del Instituto, ¿hay solución? Una pregunta sin respuesta en medio de un contexto actual donde la única certeza es la incertidumbre.

La solución con un buen mate

El INYM es un organismo no estatal que tiene como objetivos promover, fomentar y fortalecer el desarrollo de la producción, elaboración, industrialización, comercialización y consumo de la yerba mate. Además, como detalla en su página web oficial, tiene autarquía financiera​ y operativa. Fue creado el 21 de febrero de 2002, con la sanción del Congreso de la Nación Argentina de la Ley 25.564 y su Decreto Reglamentario Nº1240/2002. Está conformado por un directorio integrado por doce miembros que representan a todos los eslabones de la cadena yerbatera, tanto de Misiones como de Corrientes.

Su nacimiento, como todo organismo fecundado por la imperiosa solicitud colectiva  comenzó a gestarse en el 2001, en medio de una profunda crisis que afectaba el sector primario de la yerba mate, tras la disolución de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate (CRYM) y el Mercado Consignatario Nacional de la Yerba Mate Canchada.

Este escenario derivó en una gran movilización, conocida como “el tractorazo”, que reunió a productores, referentes del sector cooperativo y trabajadores rurales durante varios días en la Plaza 9 de Julio de Posadas, capital de la provincia de Misiones. Esta movilización contó con un gran respaldo de la ciudadanía, del gobierno provincial y de autoridades nacionales que trabajaron en la búsqueda de dar una solución para el sector.  Finalmente, el 13 de julio de 2002, el Ejecutivo nacional firmó el Decreto Reglamentario que puso en marcha el INYM.

Hoy es un organismo que tiene como esencia la promoción, el fortalecimiento y el desarrollo de toda la cadena productiva, con un alto valor social y con un fuerte compromiso, principalmente hacia los grandes invisibilizados de la historia y la cadena yerbatera: los tareferos. Ante este desolador presente, ya sin facultades con las que nació hace más de 20 años, el INYM le hace frente al DNU que quitó su espíritu y los dejó desamparados. Desde hace unas semanas, afronta un intenso reclamo en el Poder Judicial para que le devuelvan lo que tanto costó, lo que significó la movilización de miles de productores que dejaron los llevaron y lucharon a capa y espada por un precio más justo, y también, por mejoras en la cobertura de salud y el reconocimiento de sus derechos. La lucha de años se desplomó de un hondazo, desde un escritorio en Capital Federal, con pleno desconocimiento de la realidad de uno de los sectores que moviliza la economía misionera y que su producto final es infaltable en las mesas de todos los argentinos.

Aunque sé que no hay estadísticas oficiales que expresa que en épocas de crisis, en Argentina se consume más yerba, ni creo que este registrado, conozco por la realidad de haber transitado épocas de pobreza que, cuando no se tiene para comer, se engaña el estómago con unos mates, y que cuando no se tiene para la leche de los más pequeños, se les da el mate cocido para el desayuno o para la suplir alguna que otra comida. Entonces, con la desregularización de una producción como la yerba mate, a la que en este país forma parte de nuestras vidas,  y con un libre mercado en el que todo queda en mano de los industriales, se divisan escenarios posibles:  yerbales paralizados, chacras desmontadas, pequeños productores exiliados a las grandes urbes, subas de precios de los paquetes en góndolas. La lista es larga. Y esto nos quita hasta la última esperanza de consumo de un producto infaltable en cada hogar, compañero de vida de miles de argentinos… Con este panorama a la vuelta de la esquina me pregunto: Con subas de precios a la oferta y demanda… ¿En la Argentina, ya no se tomará más mate?

Por Mónica Gómez

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