Las mujeres de la yerba mate son aquellas que han llevado familias, hogares, ponchadas y hasta grandes dolores al hombro. Son parte del universo del mate, manos y miradas olvidadas en la historia de las conquistas laborales, trabajadoras incansables que, como cada 8 de marzo, se deben reconocer en conmemoración al Día Internacional de la Mujer.
Historias como la de Karina Noemi Gural reflejan que ellas también fueron protagonistas de las luchas que hoy son derechos adquiridos. Sacrificios que generaron conquistas, en donde las mujeres estuvieron, están y más que seguro, seguirán presentes.
El sesgo machista del trabajo de fuerza en el rozado como propiedad exclusiva de los varones se desmiente con la cantidad de miles de mujeres que viven y vivieron para y por el cultivo de la hoja verde. La estadística del año 2023 arroja que en la provincia de Misiones hay 2928 productoras registradas de la materia prima de la yerba mate. Que tiene la concentración de 22.554,2139 hectáreas a su nombre y que produjeron el año pasado un total de 89.093.512,28 kg de hoja verde.
Sin embargo, han quedado ausentes cuando se habla de esta producción y visibilizarlas es una de las premisas en esta jornada, ya que ellas soportan en sus espaldas la compleja realidad que vive la mujer en la chacra. Porque además mantienen en su memoria las luchas que junto a sus esposos, padres y otros productores sobrellevaron en uno de los momentos más difíciles de la historia de la yerba mate: El Tractorazo del 2001 y del 2022, la protesta protagonizada por colonos y colonas provenientes de las chacras misioneras.
Karina Gural nació en Corrientes pero se mudó a Misiones,Campo Viera la capital Nacional del Té, cuando era muy chica. Hija de comerciantes, no conoció sobre la producción de yerba mate hasta que, a sus 19 años, se casó con Carlos Pauluk,un pequeño agricultor con el que se fue a vivir a la chacra.
“Desde ese momento me dediqué al cultivo de té y la yerba mate. Tenemos plantaciones anuales como maíz, mandioca, animales y hasta una huerta”, cuenta con cariño sobre su día a día en la tierra colorada.
Ella fue una de las tantas mujeres que salieron de sus casas con sus esposos y, decididas, se sumaron a las movilizaciones de lo que fue el tractorazo, jornadas de reclamos que están a poco de cumplir 22 años. Con 49 años, en su memoria la lucha sigue intacta.
“El año que se inició el tractorazo fue uno muy doloroso, muy sufrido en la chacra. Nos pagaban para que no cosecháramos la yerba. Llegaron a inspeccionarlos el yerbal. En ese momento se hacían pagos por intermedio del banco en 4 cuotas y solo nos pagaron una. El dinero no valía nada y nuestra producción tampoco. La pasamos muy mal. Mi esposo, mi hijo Martín, que entonces tenía 5 años y yo comíamos solamente gracias a lo que daba la chacra sin poder afrontar los gastos básicos”, cuenta con tristeza.
“No tenían combustible y en consecuencia no podían trabajar, ni llevar al niño a la escuela. Así como nosotros estaban todos los productores yerbateros”, comenta.
En ese entonces el dirigente yerbatero Hugo Sand invitaba, por la radio, a los productores a que se movieran, que hicieran presencia, que había que defender lo nuestro para dejar de ser pisoteados y ellos decidieron sumarse espontáneamente. Se enteraron que los tractores estaban por ir a la Capital de la provincia y sin conocer a los demás productores, se sumaron.
Su pequeño hijo los acompañó y estuvo presente en los días en los cuales realizaron los acampes: “No había que hacer en la chacra. Recuerdo que preparé mi bolsito con nuestra ropa y salimos sin rumbo, sin ningún peso en el bolsillo. No teníamos auto, caminamos los cinco kilómetros que nos separa de mi casa al pueblo por camino de tierra. Con el termo y el mate, salimos en busca de una esperanza”, relata Karina con el llanto en su voz.
“En el pueblo los productores estábamos todos en la misma, el que no tenía lo llevaba al otro y ahí nos subimos arriba de una camioneta y partimos a Posadas”, recuerda emocionada.
Estuvieron por más de 50 días en el acampe, en la lucha contra las grandes corporaciones yerbateras, contra los molinos, no se rindieron. El tractorazo fue una de las protestas más fuertes, una de las que no se olvidan. Los colonos firmes: ni la policía ni el gobierno ni las grandes industrias pudieron con ellos.
“Corrió palos, como se dice, pero todos reclamábamos lo mismo: un precio justo por nuestra yerba, nuestro trabajo. Queríamos que se nos pague con dignidad. De esa resistencia se consiguió una Ley que tenemos que defender con uñas y dientes, porque hoy nos la quieren arrebatar. Ahí nació el INYM, nuestra única herramienta para que podamos continuar en las chacras”, expresa.
Karina reconoce que la lucha fue de todos, fue del pueblo misionero: “los comerciantes les llevaban comida, agua, abrigo.Pasamos muchísimo frío, lluvia, para conseguir lo que hoy está en peligro”, dice.
Esta trabajadora de la tierra continúa firme bajo su yerbal. Aún con el corazón roto por la pérdida de su hijo hace diez años en un accidente de tránsito, y rememora ese tiempo con la voz quebrada y lágrimas en los ojos.
Hoy dice que ama su vida en la tierra, que son ellos mismos quienes cosechan su yerba y su té, como todos los pequeños productores. Que siente miedo de que después de todo lo que tuvieron que pasar en la génesis de los tractorazos que derivaron en la ley que creó el Instituto Nacional de la Yerba Mate, se desregule; ocasione daños significativos para los pequeños productores: “Sin ese amparo, los grandes molinos nos van a comer a nosotros, los pequeños. Ellos van a plantar miles de hectáreas, no nos van a comprar nuestra yerba. Y si lo hacen, nos van a pagar centavos como era en ese entonces, con cheques a 180 días o sin fondo. Necesitamos al INYM. Acá trabajamos en familia, nosotros peleamos por la Ley yerbatera y queremos que continúe”, concluye.
Las mujeres de los yerbales estuvieron firmes en la cosecha, en el cuidado y en la lucha. Fueron y son el eslabón más invisibilizado en la cadena productiva porque hasta hoy socialmente no son reconocidas como trabajadoras legítimas, por ser una actividad esencialmente masculina. Esta masculinización de cada intervención del humano en la cadena, ha llevado a sesgar la fortaleza y la implicancia de la participación femenina.
En historia de la yerba mate de la provincia de Misiones la mujer fue excluida tanto en el trabajo como en la propiedad de la tierra, dejándola en desventaja, opacando las voces de muchas de ellas que en el frente de un yerbal, en una carpa protestando o cuidando la familia, cuando los esposos salen a cosechar, están, estuvieron y más que seguro seguirán presentes.
Por Mónica Gómez
Dejar una contestacion