Produce miel de yateí escasa pero puede valer hasta $10 mil por kilo

En el límite con Corrientes y a 63 kilómetros de Posadas se encuentra Apóstoles. Es cierto que es la Capital Nacional de la Yerba Mate, pero en esta nota vamos a hablar de otro gran producto misionero: la miel. Y dentro de este rubro, otro gran, antiguo y a la vez incipiente producto: la miel de yateí, una abeja sin aguijón y muy pequeña pero que tiene una enorme importancia dentro de la cosmovisión guaraní, ya que dentro del mito de creación del mundo de esta cultura la yateí se considera un legado de Tupá (dios supremo) al ser humano.

Pero empecemos con algo más terrenal: Daniel Franco es apicultor y pertenece a una cooperativa local compuesta por 35 socios que se creó en 1991, con el objetivo de unir a los productores y mejorar el proceso productivo de la miel a través de la instalación de una sala de extracción (antes este procedimiento se realizaba en las casas de cada uno).

Cuentan con el asesoramiento de un técnico del Instituto de Fomento Agropecuario e Industrial de Misiones que los ayuda especialmente al momento de hacer núcleos y, en total, la cooperativa produce 1.700 kilos por año que cada productor vende de forma particular en la zona y, a veces, hasta mandan algo a Posadas y a Corrientes porque siempre hay mucha demanda de miel.

“Tenemos dos tipos de miel bien marcado: la miel de primavera verano, que es de monte y por lo tanto más oscura, y la miel de marzo y abril, que es más clara, más de campo; a mí me gusta más la oscura”, describe Daniel.

“Hace 11 años que me dedico a la apicultura y hoy veo que además de los problemas de siempre de la suba de precios de los materiales, se le suma el cambio de clima, que no permite calcular con exactitud la cantidad de miel de cada temporada”, aclara.

Daniel cuenta que el trabajo que realizan es en familia: su esposa e hija se dedican al armado de los cuadros, cuidado de las abejas y al envasado y venta de miel. Hacen sus propias reinas (que recambian cada dos años) y también extraen propóleo y jalea real. Pero además de todo esto, la familia hace la diferencia con lo siguiente: además de producir miel con la conocida abeja Apis mellifera (como lo hace toda la cooperativa) ellos también se dedican a las abejitas nativas yateí.

“Comencé con la yateí porque mucha gente la pedía por ser una miel medicinal que se usa, por ejemplo, para tratar el asma y las cataratas en los ojos (varios integrantes de mi familia han mejorado mucho usándola), así que decidí asesorarme y empezar”, recuerda Daniel.

“Además tenía un vecino que ya trabajaba con estas abejas y a medida que me fui interiorizando vi que el trabajo es muy lindo, que no se necesita ninguna protección y que la miel es más suave y más húmeda; una vez cosechada tiene que ir al frío, de lo contario se pone agria”.

Según explica la doctora en Ciencias Biológicas Norma Hilgert, las yateí son un grupo de insectos de la tribu Meliponini que se caracterizan por tener atrofiado el aguijón y estar presentes en las zonas tropicales y subtropicales de todo el planeta. Una de las ventajas que presentan para la cría que realiza Daniel es que al ser una especie nativa está adaptada a utilizar, también, la flora nativa y así brindar la posibilidad de obtener un producto exclusivo: es decir, en una misma zona donde conviva la Apis mellifera con la yateí, esta última, al explorar otro conjunto de plantas del lugar (algunas compartidas y otras exclusivas para cada especie), dará otro tipo de miel.

Y esto lo reafirma Daniel al contar que si bien la yateí no produce mucho (un kilo de miel por año por colmena) ese kilo llega a valer hasta los 10.000 pesos, con la ventaja de que la cría es simple y hasta embellecen las plantas y flores de las casas a través de su trabajo de polinización: “El jardín de mi señora está hermoso; es muy lindo verlas trabajar mientras tomamos un mate en la galería”.

Por su lado, la doctora Hilgert, que está especializada en la etnobiología de los bosques subtropicales argentinos, enfatiza: “Es importante difundir la miel de yateí porque es un recurso exclusivo de cada región donde está presente y hasta podría tener una denominación de origen. A la vez es un sistema productivo que promueve la conservación a partir del uso porque el productor que quiere tener miel de flor nativa le da un valor al ambiente originario y lo va a cuidar”.

“Hay mucho trabajo por delante con las especies nativas ya que sólo una de las especies está incorporada en el código alimentario argentino y hay al menos 4 más de importancia cultural”, prosigue la especialista.

“La yateí es un recurso muy conocido por los originarios: se la considera un regalo de Tupá, aparece en los registros de los jesuitas cuando estuvieron en esta zona y la cera se usa en el ritual de paso de niño a adulto, como una forma de resaltar la espiritualidad de la persona”.

“Uno de los usos más importantes de esta miel es medicinal, pero en verdad depende también de los volúmenes posibles de producción, no hay una norma estricta”, explica Hilgert.

“Por ejemplo en la zona de Yungas hay una especie endémica muy conocida, la Plebeia mansita, cuya miel se usa para consumo alimenticio y que recién en 2020 se describió para la ciencia. Lo que es importante destacar es que la meliponicultura debe ser vista no como una actividad productiva exclusiva sino como complemento de otras producciones para generar renta”.

En cuanto a su forma de trabajo, Daniel asegura que es muy simple y agradable manejar las yateí. Para capturarlas del monte arman trampas con botellas en cuyo interior colocan cerúmen de la misma yateí para que tenga su olor; una vez preparadas se las envuelve, se atan a los árboles y a los pocos días ya hay abejitas adentro, que se llevan a los apiarios. Más allá de que sea miel de esta abeja nativa o de la típica usada para la apicultura como lo es la Apis mellifera, Daniel asegura que en los últimos tiempos aumentó “muchísimo” el consumo de miel local: “Vendemos todo antes de tiempo y nos quedamos cortos”, dice. “Creo que se debe al COVID; desde que pasó eso la gente consume más miel”.

Fuente: Primera Edición

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