En la selva paranaense crecen tesoros genéticos de enorme valor: la pitanga, la cerella y la jaboticaba. Estos frutales nativos no solo embellecen el paisaje y alimentan a la fauna, sino que también se transforman en dulces, licores y vinagres elaborados por emprendimientos locales. Sin embargo, la sobreexplotación de ejemplares silvestres y la falta de cultivos domesticados amenazan su diversidad genética.

Para revertir esta situación, un equipo de investigación liderado por la Sara Barth del INTA Montecarlo, impulsa un programa de domesticación participativa de frutales nativos, junto a la Facultad de Ciencias Forestales de la UNaM y organizaciones como Mujeres Soñadoras, Cooperativa Nueva Esperanza y Reverdecer. El proyecto busca conservar la biodiversidad local y fortalecer la producción familiar mediante la selección y multiplicación de especies propias de la selva misionera.
“El objetivo es que el productor tenga acceso a material genético diverso, adaptado y de buena calidad, que le permita diversificar su sistema productivo y reducir riesgos”, explicó Barth.
Frutos nativos
Hasta el momento, el equipo logró instalar tres colecciones de frutales nativos —con 20 progenies de cerella, 20 de pitanga y 15 de jaboticaba— que funcionan como reservas de germoplasma y base para futuros programas de mejoramiento.
Como resume la investigadora manifestó la importancia de:“La domesticación de frutales nativos es una manera de proteger nuestro patrimonio genético sin dejar de producir. Conservar produciendo es asegurar que la selva siga viva en los sistemas productivos y en la mesa de las familias misioneras.”
Para la realización de este proyecto, se contó con financiamiento de una convocatoria PTIS (Proyecto de Tecnologías para la Inclusión Social) y aportes de INTA.

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